-historias reales-

Ella pensaba que no la quería pero no imaginaba que ella, "la otra ella", pensaba exáctamente lo mismo.


Desde pequeña se caracterizó por tener ideas firmes, opuestas totalmente a las del resto de su familia. Se sentía un bicho raro, la oveja negra del rebaño....y siempre, siempre, reclamó su amor. 


Cuánto le hubiera gustado recibir más sonrisas y menos caras largas, más palabras de ánimo y fuerza y menos insultos, más abrazos y menos amenazas. 


No supo vivir con aquello o eso pensaba... porque hoy, años después, mira hacia atrás y comprueba que lo ha hecho, ha sobrevivido pero, ¿a qué precio?


No pasa un sólo día en que no se sienta sóla. Desearía que nada de lo que pasó, hubiera pasado. Ojalá tuviera la fórmula para que todo aquéllo desapareciera de golpe, sin hacer rudio, sin hacer daño. Más daño no, por favor.


Absorvió su mierda y también la de ella.

Por todo aquéllo, hoy es la mujer que le cuenta el espejo, la mujer que esconde una niña que escribía en diarios por miedo a olvidar lo que estaba sintiendo.


Desea tanto ser madre...


Ella sólo quiere ser feliz y sentarse a una mesa llena de miradas de cariño y no de reproches. 


Se pone nerviosa cuando comparte mesa con otras personas, cuando siente que es el centro de atención, cuando su maldita cabeza recuerda escenas que quisiera arrancarse del corazón.


Insegura y tímida, alegre y divertida,...es tantas cosas a la vez...que continuamente tiene una lucha interna donde nunca sabe qué parte ganará cuando saca los pies de la cama y se pone a caminar. 



Buscaba consuelo en los libros y en aquel estuche rojo de Yasmin repleto de bolígrafos y colores. 


Una personalidad escondida por miedo a recibir una zancadilla.


Tuvo que saltar muros a diario, de esos que dejan agujeros que por mucho que los cosas...siempre terminas tirando el calcetín. 


Hoy sigue sintiendo que ella no estuvo a la altura aunque sabe que lo intentó. 

Hoy sigue siendo esa puta esponja que se guarda dentro toda la mierda de su alrededor.

Hoy continúa deseando un abrazo, una palabras de amor. 


Escuchó durante años todas sus historias de juventud, todas las veces que lloró, todas las veces que sufrió. Conoce, desde muy chica, incluso cosas que desaría no haber visto ni oído.


Hoy sigue con la mochila. La suya y la de ella.  (Aunque de vez en cuando la coloque a un lado porque le duele la espalda).


Pero sonríe. 

Pero ríe.

Pero canta.

Pero vive.

Pero sueña.

Pero pinta.

Pero baila.

Pero lee.

Pero siente.

Pero escribe.

Pero es.

Pero está.

Pero salta.

Pero avanza.

Pero cree.

Pero confía.

Pero puede.

Pero intenta.

Pero consigue.

Pero ama.

Pero abraza.

Pero besa.

Pero habla.

Pero comparte.

Pero llora.

Pero grita.

Pero camina.








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